Hubo en cierta ocasión un gran yogui que vivía solo en lo más profundo de un bosque. Tras varios años de meditación, alcanzó grandes poderes. Un día mientras estaba sentado meditando, una cigüeña voló sobre él, y dejó caer sus excrementos sobre su cabeza. Se irritó muchísimo y sus pensamientos se elevaron de inmediato, reduciendo el ave a cenizas. Se sintió muy satisfecho al ver que poseía un don tan extraordinario, y decidió encaminarse a la ciudad para seguir explorando sus recién encontrados poderes. Entró en ella y, como era costumbre entre los yoguis indios, esperó a la puerta de una casa a que le diesen una limosna. En respuesta a su llamada, una mujer le replicó en tono reposado:
-Swami, por favor, espera. Ahora mismo voy -Pero se sintió irritado y molesto por tener que esperar a aquella "mujer inferior".
Justo cuando su pensamientos alcanzaban una intensidad enfebrecida, oyó la voz de la mujer, que le decía:
-No creas que puedo ser destruida tan rápidamente como la cigüeña.
Totalmente sorprendido, preguntó:
-Señora, ¿Cómo sabe lo que ha ocurrido?
Ella le explicó:
-No conozco ninguna asana del yoga y ni tan siquiera hago meditación, pero sirvo a mi esposo enfermo con fe y devoción. De hecho, cuando llegaste estaba con él. Le trato como a Dios personificado y le sirvo de acuerdo con ello. Gracias a este servicio he desarrollado algunos pequeños poderes, pero nunca los utilizo de manera egoísta. Si deseas realmente saber sobre la vida espiritual, dirígete al carnicero que se encuentra en el centro de la plaza del mercado.
El swami le dio las gracias y se dirigió en busca del carnicero. Cuando llegó a la plaza, se encontró con una gran multitud, esperando a comprar carne. En medio de ella se hallaba un hombre rudo e hirsuto, troceando piezas de carne de vaca, al tiempo que discutía constantemente con sus clientes. ¿Puede ser éste el hombre, pensó el swami, que la mujer desea que conozca y con el que hable? No puedo creerlo. Cuando estaba a punto de alejarse, el carnicero le dijo:
-Espera sólo un minuto, Swamiji, estaré contigo tan pronto termine de atender a mis clientes. Conozco a la mujer que te ha enviado.
Una vez más, el yogui se quedó atónito al comprobar cómo eran leídos sus pensamientos. Una vez que hubo atendido a todos los clientes, acompañó al carnicero hasta su casa. Este vivía con sus ancianos padres, a quienes cuidaba con gran amabilidad y amor. Cuando el hombre terminó sus deberes familiares, se sentó y mantuvo un satsang, discusión espiritual, con el swami. El swami no había oído nunca unas descripciones tan bellas y eruditas de las Escrituras.
-¿Cómo adquiriste este maravilloso don espiritual? -preguntó
-No he hecho nada especial; me limito a servir a mi familia, a mi madre y a mi padre con sincera devoción.
-Pero, no eres nada más que un carnicero -respondió el swami, todavía incrédulo ante la forma de alcanzar tan elevado don.
-Se trata de un negocio familiar -respondió el hombre- que me ha sido encomendado, y lo realizo como mi deber, mi swadharma, desapasionadamente.
Texto: Moderno Manual de Yoga de Vijay Hassin
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