Indra, un rey-deidad hindú, se planteó demostrar sus poderes a la jerarquía de deidades. Declaró que le gustaría saber cómo era la vida de un cerdo, y que la única forma de lograrlo era convertirse en uno. Todas las deidades le rogaron que no lo hiciera. Pero despreció sus súplicas, asegurándoles que sería capaz de recordar su identidad y de no sentirse fuertemente apegado a la idea de comprender al cerdo. Así pues, Indra tomó la forma de un cerdo. Vivió muy feliz en los establos de un granjero. Al cabo de cierto tiempo, el granjero introdujo en ellas a una cerda joven. Se hicieron muy amigos y engendraron una familia.
Ahora se sentía más feliz que cuando estaba solo. Se revolcaba todos los días en el cieno, disfrutando de su frescor. Amaba profundamente la vida de un cerdo. Entonces, cierto día, vino el granjero, se llevó a los pequeños cerdito y los degolló; Indra se quedó terriblemente triste y apenado. Al día siguiente, el granjero volvió, se llevó a su compañera y la degolló también. Indra se sintió fuera de sí de dolor. Se encontraba en tal estado de desamparo y aflicción, que las demás deidades decidieron que había llegado demasiado lejos en su experimento; por tanto, y mientras se lamentaba de su suerte, éstas descendieron y le libraron de su cuerpo de cerdo. Cuando Indra reapareció como él mismo, se dio inmediatamente cuenta de hasta qué punto había sido profundo y destructor su apego a la forma de cerdo.
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